El imperio austriaco fue creado en 1806 tras la desaparición del Santo Imperio Romano Germánico, y seguía siendo a mediados del siglo XIX la gran potencia que marcaba la política a seguir en Europa. Había superado la revoluciones de 1848 pero, sin embargo, a causa de los muchos pueblos que lo componían, no aceptaba encontrar su expresión nacional. Debido a estas dificultades internas y a los descalabros exteriores, al final de este periodo queda empequeñecido territorialmente y reducido potencia de segunda categoría.
Tal como se ve en la tabla el imperio era un conglomerado muy diverso de nacionalidades.
Los alemanes, cuya capital, Viena, es la del imperio, eran católicos y constituía la base dirigente y eran los únicos, junto con los italianos, que formaban una sociedad completa (es decir tenían todas las categorías sociales).
Los eslavos, los más numerosos, situados al norte y sur del imperio y divididos por la religión (católicos y ortodoxos), formaban sociedades campesinas a excepción de Polonia. Los magiares estaban aislados, pero eran el pueblo más unido, que reclamaba su independencia. Los latinos se componían de los romanos de Transilvania, que apenas contaban y los italianos, como los alemanes socialmente completos.