Introducción
Cuando Justiniano accedió al poder en el 527, el Imperio bizantino incluía la península balcánica, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto. Además, recuperó la franja costera del norte de África y acabó con la piratería de los vándalos en el Mediterráneo.
Justiniano trató de reconstruir la unidad del antiguo Imperio romano, ya que pensaba que el mundo cristiano debía de tener una sola autoridad política. Se apoderó de los territorios de los vándalos del norte de África, Córcega, Cerdeña y de las islas Baleares; conquistó Italia y Sicilia, dominadas por los ostrogodos, y por último ocupó el suroeste de la España visigoda.
Los persas, por su parte, se adentraron cada vez más en las provincias orientales del Imperio bizantino. Sin embargo, el peligro persa fue sustituido por el árabe, que se convirtió en el adversario más temible, ya que en el siglo VII ocupó Siria, Palestina y el norte de África. Entonces, el Imperio se redujo a Grecia, Asia Menor y el sur de Italia.
En el siglo XI la situación del Imperio bizantino empeoró con la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental. Además, la creciente feudalización del Imperio bizantino obligaba a los emperadores a realizar cesiones territoriales a la aristocracia y a miembros de su propia familia con el fin de conseguir los apoyos necesarios para mantener los territorios.
La decadencia de Bizancio concluyó en 1453, cuando otra tribu, la de los otomanos provenientes de Turquía, ocupó Constantinopla.