Selva y manglar
observa y describe
[…]Quería vengarse de aquella región maldita, de ese
infierno verde que le arrebatara el amor y los sueños. Soñaba con un gran fuego
convirtiendo la amazonía entera en una pira. Y en su impotencia
descubrió que no conocía tan bien la selva como para poder odiarla. Aprendió
el idioma shuar participando con ellos de las cacerías. Cazaban dantas,
guatusas, capibaras, saínos, pequeños jabalíes de carne sabrosísisma, monos,
aves y reptiles. Aprendió a valerse de la cerbatana, silenciosa y efectiva en
la caza, y de la lanza frente a los veloces peces. Con ellos abandonó
sus pudores de campesino católico. Andaba semidesnudo y evitaba el contacto con
los nuevos colonos que lo miraban como a un demente. Antonio José
Bolívar Proaño nunca pensó en la palabra libertad, y la disfrutaba a su antojo
en la selva. Por más que intentara revivir su proyecto de odio, no dejaba de
sentirse a gusto en aquel mundo, hasta que lo fue olvidando, seducido por las
invitaciones de aquellos parajes sin límites y sin dueños.[…]
[…]Viendo pasar el río Nangaritza hubiera podido pensar
que el tiempo esquivaba aquel rincón amazónico, pero las aves sabían que
poderosas lenguas avanzaba desde hurgando en el corazón de la selva. Enormes
máquinas abrían caminos y los shuar aumentaron su movilidad. Ya no permanecían
os tres años acostumbrados en un mismo lugar, para luego desplazarse y permitir
la recuperación de la naturaleza. Entre estación y estación cargaban con sus
chozas y los huesos de sus muertos alejándose de los extraños que aparecían
ocupando las riberas del Nangaritza. Llegaban más colonos, ahora llamados con
promesas de desarrollo ganadero y maderero. Con ellos llegaba también el
alcohol desprovisto de ritual y, por ende, la degeneración de los débiles. Y,
sobre todo, aumentaba la peste de los buscadores de oro, individuos sin
escrúpulos venidos de todos los confines sin otro norte que una riqueza rápida.[…]
[…]Y estaban también los gringos venidos desde las instalaciones petroleras. Llegaban en grupos bulliciosos portando armas suficientes para equipar a un batallón, y se lanzaban monte adentro dispuestos a acabar con todo lo que se moviera. Se ensañaban con los tigrillos, sin diferenciar crías o hembras preñadas, y, más tarde, antes de largarse, se fotografiaban junto a las pieles estacadas. Los gringos se iban, las pieles permanecían pudriéndose hasta que una mano diligente las arrojaba al río, y los tigrillos sobrevivientes se desquitaban destripando reses famélicas. Antonio José Bolívar se ocupaba de mantenerlos a raya, en tanto los colonos destrozaban la selva construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto. Pero los animales duraron poco. Las especies sobrevivientes se tornaron más astutas, y, siguiendo el ejemplo de los shuar y otras culturas amazónicas, los animales también se internaron selva adentro, en un éxodo imprescindible hacia el oriente.[…]
Fragmentos de “El viejo que leía novelas de amor” de Luís
Sepúlveda
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Geografía física ESO