En lo político, se evitaba que el soldado europeo entrase en combate, pues las esquelas eran muy mal asumidas por la opinión pública española y el fantasma de la Semana Trágica, quitaba el sueño a la clase política. Por lo que el peso de la campaña recaía sobre las tropas nativas, los regulares y la policía indígenas, que, en realidad estaban mal escogidos, tanto en su oficialidad (generalmente europea), como en su tropa. Lo que se traducía en un soldado mal adiestrado y bajo de moral y al producirse la deserción masiva de las tropas indígenas, que se pasaron al enemigo, el caos fue total y el terror, se apodero del soldado español. Otro grave problema, era la corrupción casi generalizada en todo el ejército y que iba desde el oficial que teniendo un sueldo de 500 pts al mes (este era el sueldo de un capitán en 1.921) tenía unos gastos de 15.000, hasta el recluta que vendía su munición a los futuros enemigos. El 1 de Junio los españoles ponían cerco a Abarran en territorio Temsamaní, esa misma tarde la policía indígena se amotinó, atacando a las fuerzas europeas de su misma columna, de los 250 efectivos europeos, 179 fueron muertos incluido el capitán Salafranca, jefe de la posición. Abarran tras ser tomado sin oposición quedo cercado sin poder ser socorrido. Ese mismo día Sidi Dris en la costa también fue atacado, si bien pudo resistir gracias al auxilio de la Escuadra. Las bajas españolas entre muertos y heridos rondaron el centenar. Estos hechos, fueron interpretado por el mando español, no como el prólogo de lo que había de suceder, sino como un episodio aislado, un traspiés, de los que todas las potencias coloniales habían tenido alguna experiencia. Esta fue la idea que el General Silvestre transmito a Berenguer, su superior, a bordo del crucero Princesa de Asturias, en la entrevista que ambos celebraron en aguas de Alhucema el 5 de Junio.